El hombre que paseaba al perro.

Una sensación extraña, no sabía que ocurría, no pude vivirlo hasta que cerré los ojos. Estaba pasando era él y era yo, éramos el beso, el momento, el deseo, lo éramos. Tampoco era tan especial como creía, como mis libros de amor lo contaba, pero era real. Mis labios inmóviles tomaron vida propia, se movía al son de mis latidos, todo mi cuerpo temblaba, se estremecía. Él lo notó, "¿por qué tiemblas? Tranquila no pasa nada" con esas palabras acompañaron a un abrazo sobre mi cintura, que impulsó a que le besara como siempre había querido, le besé sin miedo, con ganas, y me dejé besar.
Eran maravillosos esos tres segundos que pasábamos mirándonos sin tocarnos, ese tiempo tomabas la energía para besarme intensamente, te abalanzabas a mí, me agarraba y me elevabas, caía sobre ti, me resignaba a ser dueña de tus labios. El reloj era nuestro esclavo, el tiempo quedaba hipnotizado por nuestras ganas, por nuestros sentimientos y parecía estar estancado observándonos.
Ya no solo dejaba que me besaras, yo lo hacía, buscaba tus boca con ansias, que estallaban al morderte. "¿Por qué sonríes?" Era inevitable no hacerlo, me hacía sentir tan bien, que no lo podía ocultar, me agarraba a tu cuello para no dejarte que te fueses de mí, era la sonrisa más limpia jamás lanzada al exterior. Te despegabas de mi pero no te ibas, tus labios localizaron un camino por mi cuello al que te invité a entrar. Por ese camino era yo la que me perdía, ¿qué me estaba pasando? algo en mí salió fuera, puede que fuese aquello a lo que llamen placer.
Mis pies no se podían sostenerse, sobre tus piernas quedé sentada, mientras tus brazos me rodeaban y comía de tu boca. Tras el usar nuestros labios como armas de lucha, la paz se dejaba en esos besos sobre mis mejillas, sobre mi nariz, símbolos de cariño que me hacían feliz. Algo que jamás olvidaría era sentir que tan solo nos separaba el aliento, podía respirar tu mismo aire, tus manos acariciaban cada centímetro de mi piel que se desnudaba solo para ti. Nuestros cuerpos estaban cubiertos por textiles, pero desnudos por el alma, me sentía libre, adoraba que me tocases y quería más, quería quererte. Abrí mis ojos para poder presenciar tu rostro sobre el mío, contemplaban que estabas ahí, frente mí, contemplaba como me besabas. Nuestras sonrisas nos delataban y el tiempo con nosotros jugaba, paramos, pero en mis letras ya nunca se irían esos besos. Volvíamos a lo que llamamos mundo, volvía a caminar a tu lado, volvía a encotrar las calles de pasos, volví a cruzarme con el misterioso hombre que paseaba al perro, pareciendo que esta vez sin sonreía en sus adentros.
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